«La
música se ubica sola frente a las demás artes… No expresa ninguna
definitiva o particular alegría, tristeza, angustia, horror, deleite
o sensación de paz, sino alegría, tristeza, angustia, horror,
deleite o sensación de paz en sí mismas, en lo abstracto, en su
natural esencia, sin accesorios y por ello sin sus motivos usuales. Y
sin embargo nos permite aprehenderlas y compartirlas plenamente en su
quintaesencia.»
Arthur Schopenhauer
El
pasado miércoles 7 de Junio Guglielmo
Foffani
nos invitó a su casa con motivo de la reunión de despedida previa
al verano del Grupo de Investigación en Neurociencia Clínica de Madrid (GINC-MAD). Tras
presentarse formalmente (es ingeniero biomédico y trabaja en el
CiNAC) nos explicó a grandes rasgos su trayectoria musical desde sus
inicios como estudiante de música clásica pasando posteriormente
por el estudio del jazz y, en la actualidad, como concertista de
piano de improvisación en su propia casa. Nos invitó a experimentar
un concierto de piano improvisado y a participar luego en un rico
debate sobre las relaciones entre música y neurociencia, y sobre las
posibilidades terapéuticas de esta.
Foffani
creó una atmósfera
en la que el input visual
se redujese al máximo y poder así concentrar la atención en la
música (se sabe que si se pierde el estímulo visual se produce una
amplia reorganización y relocalización en el córtex cerebral, como
ocurre con la reorganización auditiva y táctil que tiene lugar en
los invidentes).
La
improvisación transcurrió con una estructura
en “capas de cebolla”
como Foffani describió. Respecto a dicha estructura un espectador
realizó un símil curioso: para él la
pieza improvisada podría ser a pequeña escala como “la historia
de una vida”.
“La
música es direccional y se manifiesta respecto a la expectativa de
movimiento, entre anhelo y resolución, por lo que tiene una cierta
narratividad
en
el sentido de que cuenta algo que no se puede expresar sino en forma
de imágenes visuales, táctiles y eventualmente en términos
emocionales”.
Diego
Fisherman
En
el debate surgieron muchas interesantes ideas y verbalizaciones
acerca de lo que allí había sucedido, cada oyente tenía su forma
de “estructurar” la pieza y de generar una abstracción
lingüística sobre ella (parecía que algunas partes eran más
clásicas, otras más jazz…). Algunos fragmentos evocaban la
“tormenta” y había una parte final de “vuelta a la normalidad”
o de “vuelta a lo cotidiano”. La experiencia subjetiva de cada
oyente era muy variada (había personas que veían una bailarina
haciendo una performance acorde con la música, otros aludían a
reminiscencias infantiles, otros comentaban la sensación de fiereza
que le transmitían algunas partes sin un claro correlato visual,
etc). Comentamos la clásica distinción entre los tiempos rápidos
que causan alegría las claves menores y los tiempos lentos que
asemejan tristeza o que la disonancia produciría ansiedad y miedo.
Es
cierto que hay piezas musicales tremendamente
evocativas
y otras que generan esa denominada sensación de
desasosiego o de angustia
pero la relación
bidireccional entre música y lenguaje/emoción es muy compleja. La
música, como el lenguaje, es sintáctica y está formada por
diversos elementos organizados jerárquicamente (tonos, intervalos y
acordes).Música y lenguaje tienen representaciones corticales
diferentes pero durante el procesamiento sintáctico musical se
activa el área de Broca y su homóloga en el hemisferio derecho. Aun
así, nos encontramos casos de afásicos
sin amusia (Oliver
Sacks hacía a sus pacientes afásicos de broca cantar el cumpleaños
feliz y describe que casi todos podían cantar la melodía y la mitad
también podrían acompañar la melodía con la letra) y casos de
amusia
adquirida o congénita sin alteración del lenguaje asociada.
Se ha propuesto que se trata de un solapamiento en áreas de
procesamiento sintáctico, áreas separadas de la representación
sintáctica, que sería diferente en lenguaje y música.
Este
tema fue abordado por Jakendoff en 1983, quien propone una estructura
gramatical de la música (gramática-M),
la cual,
siguiendo
un conjunto de reglas inconscientes, permite al
oyente
entender conscientemente la pieza. Diana
Rafmann añade que tenemos experiencias
musicales
de tipo emocional porque los sonidos organizados
generan
precisamente estas representaciones de gramática-M y que el
significado de una pieza musical consiste en las
emociones que resultan de la recuperación consciente
de esas estructuras constitutivas de la pieza escuchada. Dado que las
emociones musicales no se pueden poner fácilmente en palabras ni
tienen por ello un contenido
proposicional preciso,
deben ser consideradas representaciones
conscientes no proposicionales;
no formas sino análogos
de
la semántica del lenguaje verbal.
Estas emociones (alegría, ira, miedo) no podrían constituir la
semántica de la música puesto que éstas se desencadenan frente a
estímulos relevantes y específicos mientras que las emociones
musicales no se producen por estímulos naturales ni inducen
respuestas conductuales adaptativas.
Existen
diversas teorías que intentan explicar cómo
nuestro cerebro procesa las emociones asociadas a la música.
Como se ha mencionado previamente, la música constituye un tipo de
lenguaje aunque las emociones que produce no puedan ser definidas en
cuanto a sus contenidos y constituyan sencillamente sensaciones
cualitativas o connotaciones, más que denotaciones o proposiciones.
De tal manera se podrían distinguir dos aspectos: si el contenido
proposicional es la característica psicológica central del
lenguaje, la expresión y creación de emociones y figuraciones
serían el elemento psicológico central de la música instrumental.
Lo que se desconoce es cómo la música evoca los efectos emocionales
que desata en ausencia de contenido proposicional. Se ha propuesto
que la
fuente de la emoción musical podría desencadenarse del suspenso
tirante de la música que surge de expectativas o anticipaciones
frustradas y colmadas por ella.
Con la intención de comprobar este hecho Sloboda realizó un
experimento recomponiendo las Corales de Bach y concluye que
efectivamente los eventos armónicamente inesperados desencadenarían
respuestas emocionales, y sería discutible si estas transgresiones
musicales podrían traducirse también en un incremento en el arousal
psicológico.
Figura 2. Estructuras implicadas en el procesamiento emocional de la música |
Por
último, discutimos el valor terapéutico de la música. La
musicoterapia tiene diversas aplicaciones en el terreno neurológico
y psiquiátrico. Probablemente uno de sus mayores hándicaps sea la
ausencia de una metodología sistematizada y la falta de evidencia
dentro de la disciplina.
Respecto
al propio valor terapéutico de la música parecen distinguirse dos
papeles muy diferenciados, a saber, el de sujeto pasivo que escucha
música y sujeto que crea o interpreta música. En
el campo de la
Musicoterapia, durante la improvisación musical
el paciente crea música de forma espontánea, solo o junto al
musicoterapeuta, sin la necesidad de un entrenamiento musical. En la
improvisación musical todo el cuerpo se utiliza para expresar
intenciones, emociones, recuerdos, lo cual la define como un medio
especial de autoexpresión capaz activar numerosas áreas cerebrales.
Varios estudios han investigado los sustratos neuronales implicados
en la improvisación musical existiendo una amplia actividad neuronal
en la generación de estructuras musicales nuevas, entre las que se
incluyeron regiones de la corteza prefrontal, dorsolateral y
dorsomedial, giro frontal inferior, corteza cingular anterior, áreas
de asociación parietal, áreas motoras suplementarias y región
premotora lateral.
Figura
3. Áreas cerebrales implicadas en la improvisación musical.
|
Se
han demostrado los beneficios de la musicoterapia en personas con
afasia, Enfermedad de Parkinson y otros trastornos de movimiento,
técnicas de estimulación rítmica para rehabilitación motora, en
el trastorno
Generalizado del Desarrollo, la Esquizofrenia, la Demencia y la
Depresión, entre otras.
Desde
el punto de vista neurológico, cabría destacar el papel de la
rehabilitación
de los afásicos a través de la música.
Se sabe que los niños pueden recuperar el lenguaje tras una
resección del hemisferio izquierdo del puesto que la nueva capacidad
lingüística es capaz de asentar en el hemisferio derecho por
completo. Inicialmente se pensó que ocurriría lo mismo dentro de la
rehabilitación de los afásicos, pero lo que realmente se observó
mediante neuroimagen funcional es que en los pacientes afásicos
existía una hiperactividad de la que antes nos referimos como área
de Broca en el hemisferio derecho. Dicha hiperactividad produciría
una inhibición del área de Broca del hemisferio izquierdo. La
manera de conseguir que un afásico volviese a hablar era eliminar
esa inhibición además de reforzar el desarrollo del área de Broca
originalmente dañada y esto es lo que consigue la terapia mediante
el canto y la entonación musical (también se han descrito estudios
mediante el uso de terapia magnética transcraneal a ese mismo
respecto).
Oliver
Sacks en sus libros ha profundizado mucho en la terapia musical en
pacientes con trastornos del movimiento, en concreto en pacientes con
Tourette.
Resumen elaborado por Paula Pire
BIBLIOGRAFÍA
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