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martes, 1 de mayo de 2018

Cronobiología de la conducta humana

Una nueva jornada de aprendizaje y convivencia en torno a las neurociencias tuvo lugar el pasado 17 de abril, esta vez explorando como tema los ritmos biológicos, sincronización de los mismos y cómo influyen en la conducta y génesis de algunos trastornos mentales.

En el marco de seminarios del Grupo de Investigación en Neurociencia Clínica de Madrid (GINC-CAM), el Dr. Eduardo Barbudo del Cura, psiquiatra y psicoterapeuta del Hospital Clínico San Carlos de Madrid repasó, fundamentalmente desde su experiencia clínica pero también investigadora,el concepto de los relojes internos, un aspecto intuitivo presente en la cultura, pero más complejo en su manifestación, haciéndonos reflexionar acerca de los ritmos y ciclos que se repiten en la naturaleza.

Para ilustrarlo, varios ejemplos conocidos en fisiología (temperatura, glucocorticoides, insulina, leptina, melatonina) que suponen la coordinación de órganos y sistemas, con capacidad de anticipación y adaptación a los cambios ambientales y regulado por fenómenos de feedback. Todo ello regulado por fenómenos de arousal o activación y sometidos al estrés (catabolismo) durante el día y a fenómenos de reparación (anabolismo) durante la noche. Precisamente, en torno a esto, reflexión acerca de cómo el hombre, ya desde la domesticación del fuego, irrumpe en los fenómenos reguladores de esa ritmicidad. Mucho más hoy en día con la luz artificial y la cantidad de pantallas que en ocasiones manejamos incluso minutos antes de dormir.

El paradigma científico dominante ha sido el ambientalismo desde el siglo XVIII, apareciendo un repunte innatista durante el último siglo. La visión clásica ha sido extrínseca, de los ritmos culturales y sociales al reloj biológico a través de la temperatura, nutrientes, el tono simpático y parasimpático, etc. En la visión comtemporánea, aparece el concepto de genes “clock” (premio Nobel de Medicina 2017). Se trataría de un ciclo celular preprogramado para responder a los ciclos de día y noche mediante un mecanismo cíclico basado en el feedback negativo gen-proteína PER (noche)- inhibición por la luz solar.

La visión moderna es pues, mixta. Repasamos el concepto de Zeitbeger (temporizadores, sincronizador). El calibrador central seria el núcleo supraquiasmático localizado en el hipotálamo. Tiene conexión con el mundo exterior mediante el sistema visual y regulado por los ciclos de luz-oscuridad. Sería el reloj de relojes y capaz de recalibrar a los demás. Por otro lado aparecen relojes endóngenos a nivel intracelular, transcripcional, específicos de cada tejido e independientes. Todo ello orientado a predecir y economizar a efectos conductuales.

Los llamados CCG (Clock Controlled Genes) constituirían aproximadamente 10-20% del transcriptoma.

En Psiquiatría interesan ciertas redes clock, sistemas entrelazados (si uno se altera se altera el resto), jerárquicos (los periféricos más sensibles al entorno) y con endogenicidad conservada que se mantiene al menos un tiempo. Nos referimos a los sistemas de estrés (eje hipotalamo-hipofisario), serotonina, noradrenalina, glocucorticoides, leptina, sistema de motivación/recomepnsa: dopamina, opiáceos (más relacionado con refuerzos basados en el placer), oxitocina y apego.

Yendo a templos concretos, se ha observado variación significativa del panículo adiposo como dato significativo del Trastorno Bipolar. Se ha visto además que el litio actúa sobre la transcripción de los genes Clock. Uno de los efectos colaterales es la leucocitosis, ya que estimula el ciclo celular. Puede influir positivamente en determinadas regiones promoviendo la regeneración celular, y por este motivo ha sido utilizado en ocasiones en tratamientos oncológicos.


Otros trastornos mentales que se han implicado con la ritmicidad serían: Trastorno Afectivo Estacional (entidad discutida y poco o casi nada diagnosticada en la práctica), Síndrome pre-menstrual, Depresión y Psicosis puerperal.

¿Son pues los ritmos alterados algo esencial de los trastornos psiquiátricos? ¿Causa, efecto, mediador? Históricamente el tratamiento moral se asemeja a un recalibrado desde el exterior. De hecho, hoy día algunas aplicaciones terapéuticas tiene que ver con esto. Repasamos algunas:


  • Terapia lumínica con lámparas 
  • Agripnia: total, parcial 
  • Darkness therapy 
  • Litio 
  • ISRS 
  • Melatonina, agomelatina 
  • Vitamina D: la denominamos hormona, pero es un neuromodulador cuyos niveles ciclón a lo largo del año. 
  • Musicoterapia 
  • Terapia familiar de ritmos sociales 
  • Ejercicio físico regular 
  • Timing Psicoterapéutico (Milton Erikson)
Para finalizar, el Dr. Eduardo Barbudo trajo a la ponencia su estudio acerca de la Comorbilidad Psicopoatológica en un Programa de Obesidad (Unidad de Obesidad del Infanta Leonor). Durante el mismo, y estudiando a individuos sin diagnostico psiquiátrico previo ha podido sacar interesantes hipótesis acerca de relaciones con espectro TDAH o espectro bipolar. Además se observó que en los obesos había más variabilidad en la estacionalidad conductual y fenotípica.

En materia de teoría evolucionista, apuntes acerca de cómo la hibridación entre Sapiens y Neandertales podría estar en el origen de diferentes alteraciones. Hasta un 2-4% del genoma del Neanderthal persiste y se relaciona con trastornos del humor, regulación de ritmos circadianos…



domingo, 11 de junio de 2017

La experiencia musical y su diálogo con la neurociencia

«La música se ubica sola frente a las demás artes… No expresa ninguna definitiva o particular alegría, tristeza, angustia, horror, deleite o sensación de paz, sino alegría, tristeza, angustia, horror, deleite o sensación de paz en sí mismas, en lo abstracto, en su natural esencia, sin accesorios y por ello sin sus motivos usuales. Y sin embargo nos permite aprehenderlas y compartirlas plenamente en su quintaesencia.» 
Arthur Schopenhauer 


El pasado miércoles 7 de Junio Guglielmo Foffani nos invitó a su casa con motivo de la reunión de despedida previa al verano del Grupo de Investigación en Neurociencia Clínica de Madrid (GINC-MAD). Tras presentarse formalmente (es ingeniero biomédico y trabaja en el CiNAC) nos explicó a grandes rasgos su trayectoria musical desde sus inicios como estudiante de música clásica pasando posteriormente por el estudio del jazz y, en la actualidad, como concertista de piano de improvisación en su propia casa. Nos invitó a experimentar un concierto de piano improvisado y a participar luego en un rico debate sobre las relaciones entre música y neurociencia, y sobre las posibilidades terapéuticas de esta.

Foffani creó una atmósfera en la que el input visual se redujese al máximo y poder así concentrar la atención en la música (se sabe que si se pierde el estímulo visual se produce una amplia reorganización y relocalización en el córtex cerebral, como ocurre con la reorganización auditiva y táctil que tiene lugar en los invidentes).
La improvisación transcurrió con una estructura en “capas de cebolla” como Foffani describió. Respecto a dicha estructura un espectador realizó un símil curioso: para él la pieza improvisada podría ser a pequeña escala como “la historia de una vida”.

La música es direccional y se manifiesta respecto a la expectativa de movimiento, entre anhelo y resolución, por lo que tiene una cierta narratividad en el sentido de que cuenta algo que no se puede expresar sino en forma de imágenes visuales, táctiles y eventualmente en términos emocionales”.
Diego Fisherman



En el debate surgieron muchas interesantes ideas y verbalizaciones acerca de lo que allí había sucedido, cada oyente tenía su forma de “estructurar” la pieza y de generar una abstracción lingüística sobre ella (parecía que algunas partes eran más clásicas, otras más jazz…). Algunos fragmentos evocaban la “tormenta” y había una parte final de “vuelta a la normalidad” o de “vuelta a lo cotidiano”. La experiencia subjetiva de cada oyente era muy variada (había personas que veían una bailarina haciendo una performance acorde con la música, otros aludían a reminiscencias infantiles, otros comentaban la sensación de fiereza que le transmitían algunas partes sin un claro correlato visual, etc). Comentamos la clásica distinción entre los tiempos rápidos que causan alegría las claves menores y los tiempos lentos que asemejan tristeza o que la disonancia produciría ansiedad y miedo.

Es cierto que hay piezas musicales tremendamente evocativas y otras que generan esa denominada sensación de desasosiego o de angustia pero la relación bidireccional entre música y lenguaje/emoción es muy compleja. La música, como el lenguaje, es sintáctica y está formada por diversos elementos organizados jerárquicamente (tonos, intervalos y acordes).Música y lenguaje tienen representaciones corticales diferentes pero durante el procesamiento sintáctico musical se activa el área de Broca y su homóloga en el hemisferio derecho. Aun así, nos encontramos casos de afásicos sin amusia (Oliver Sacks hacía a sus pacientes afásicos de broca cantar el cumpleaños feliz y describe que casi todos podían cantar la melodía y la mitad también podrían acompañar la melodía con la letra) y casos de amusia adquirida o congénita sin alteración del lenguaje asociada. Se ha propuesto que se trata de un solapamiento en áreas de procesamiento sintáctico, áreas separadas de la representación sintáctica, que sería diferente en lenguaje y música.

Este tema fue abordado por Jakendoff en 1983, quien propone una estructura gramatical de la música (gramática-M), la cual, siguiendo un conjunto de reglas inconscientes, permite al oyente entender conscientemente la pieza. Diana Rafmann añade que tenemos experiencias musicales de tipo emocional porque los sonidos organizados generan precisamente estas representaciones de gramática-M y que el significado de una pieza musical consiste en las emociones que resultan de la recuperación consciente de esas estructuras constitutivas de la pieza escuchada. Dado que las emociones musicales no se pueden poner fácilmente en palabras ni tienen por ello un contenido proposicional preciso, deben ser consideradas representaciones conscientes no proposicionales; no formas sino análogos de la semántica del lenguaje verbal. Estas emociones (alegría, ira, miedo) no podrían constituir la semántica de la música puesto que éstas se desencadenan frente a estímulos relevantes y específicos mientras que las emociones musicales no se producen por estímulos naturales ni inducen respuestas conductuales adaptativas.

Existen diversas teorías que intentan explicar cómo nuestro cerebro procesa las emociones asociadas a la música. Como se ha mencionado previamente, la música constituye un tipo de lenguaje aunque las emociones que produce no puedan ser definidas en cuanto a sus contenidos y constituyan sencillamente sensaciones cualitativas o connotaciones, más que denotaciones o proposiciones. De tal manera se podrían distinguir dos aspectos: si el contenido proposicional es la característica psicológica central del lenguaje, la expresión y creación de emociones y figuraciones serían el elemento psicológico central de la música instrumental. Lo que se desconoce es cómo la música evoca los efectos emocionales que desata en ausencia de contenido proposicional. Se ha propuesto que la fuente de la emoción musical podría desencadenarse del suspenso tirante de la música que surge de expectativas o anticipaciones frustradas y colmadas por ella. Con la intención de comprobar este hecho Sloboda realizó un experimento recomponiendo las Corales de Bach y concluye que efectivamente los eventos armónicamente inesperados desencadenarían respuestas emocionales, y sería discutible si estas transgresiones musicales podrían traducirse también en un incremento en el arousal psicológico.

Figura 2. Estructuras implicadas en el procesamiento emocional de la música
Por último, discutimos el valor terapéutico de la música. La musicoterapia tiene diversas aplicaciones en el terreno neurológico y psiquiátrico. Probablemente uno de sus mayores hándicaps sea la ausencia de una metodología sistematizada y la falta de evidencia dentro de la disciplina.
Respecto al propio valor terapéutico de la música parecen distinguirse dos papeles muy diferenciados, a saber, el de sujeto pasivo que escucha música y sujeto que crea o interpreta música. En el campo de la Musicoterapia, durante la improvisación musical el paciente crea música de forma espontánea, solo o junto al musicoterapeuta, sin la necesidad de un entrenamiento musical. En la improvisación musical todo el cuerpo se utiliza para expresar intenciones, emociones, recuerdos, lo cual la define como un medio especial de autoexpresión capaz activar numerosas áreas cerebrales. Varios estudios han investigado los sustratos neuronales implicados en la improvisación musical existiendo una amplia actividad neuronal en la generación de estructuras musicales nuevas, entre las que se incluyeron regiones de la corteza prefrontal, dorsolateral y dorsomedial, giro frontal inferior, corteza cingular anterior, áreas de asociación parietal, áreas motoras suplementarias y región premotora lateral.


Figura 3. Áreas cerebrales implicadas en la improvisación musical.

Se han demostrado los beneficios de la musicoterapia en personas con afasia, Enfermedad de Parkinson y otros trastornos de movimiento, técnicas de estimulación rítmica para rehabilitación motora, en el trastorno Generalizado del Desarrollo, la Esquizofrenia, la Demencia y la Depresión, entre otras.

Desde el punto de vista neurológico, cabría destacar el papel de la rehabilitación de los afásicos a través de la música. Se sabe que los niños pueden recuperar el lenguaje tras una resección del hemisferio izquierdo del puesto que la nueva capacidad lingüística es capaz de asentar en el hemisferio derecho por completo. Inicialmente se pensó que ocurriría lo mismo dentro de la rehabilitación de los afásicos, pero lo que realmente se observó mediante neuroimagen funcional es que en los pacientes afásicos existía una hiperactividad de la que antes nos referimos como área de Broca en el hemisferio derecho. Dicha hiperactividad produciría una inhibición del área de Broca del hemisferio izquierdo. La manera de conseguir que un afásico volviese a hablar era eliminar esa inhibición además de reforzar el desarrollo del área de Broca originalmente dañada y esto es lo que consigue la terapia mediante el canto y la entonación musical (también se han descrito estudios mediante el uso de terapia magnética transcraneal a ese mismo respecto).

Oliver Sacks en sus libros ha profundizado mucho en la terapia musical en pacientes con trastornos del movimiento, en concreto en pacientes con Tourette.

Resumen elaborado por Paula Pire

BIBLIOGRAFÍA

  1. Soria-Urios G, Duque P, García- Moreno JM. Música y cerebro: fundamentos neurocientíficos y trastornos musicales. Rev Neurol 2011; 52: 45-55.
  2. Steinbeis N, Koelsch S, Sloboda JA. Emotional processing of harmonic expectancy violations. Ann N Y Acad Sci. 2005;1060:457–61.
  3. Abrahan VD, Abrahan VD. Improvisacion musical desde la perspectiva de las. 2013;0–76.
  4. Díaz JL. Música, lenguaje y emoción :una aproximación cerebral. Salud Ment. 2010;33(6):543–51.
  5. Sacks O. Musicophilia. Tales of Music and the brain. Original. Knof AA, editor. New York; 2007. 459 p.
  6. Peretz I, Gosselin N, Belin P, Zatorre RJ, Plailly J, Tillmann B. Music lexical networks: The cortical organization of music recognition. Ann N Y Acad Sci. 2009;1169:256–65.

sábado, 1 de abril de 2017

Lo que me ocurre cuando te perdono

En el corazón del lenguaje humano siempre ha latido un conflicto soterrado. Aunque nuestra intuición indique que todo el meollo del lenguaje consiste en comunicar, en transmitir información de forma directa, varias ramas del pensamiento se ha dedicado a mostrarnos hasta qué punto nuestro lenguaje nos permite mucho más.

El pasado mes de marzo, en el GINC-CAM tuvimos el placer de acoger a Manuela Costa, máster en filosofía por la Universidad San Raffaele de Milán y doctora en ciencias cognitivas por la Universidad de Lyon. Manuela vino a compartir con nosotros un tema que ha venido estudiando extensamente durante los últimos años: qué es lo podría estar ocurriendo a nivel neurofisiológico cuando hacemos patente, a través de palabras, nuestra decisión de perdonar.

Pero antes de poder hablar de circuitos neuronales nos retrotrajo, como no podía ser de otra manera, a los griegos. Ellos fueron los primeros en advertir el diferente alcance, por ejemplo, que tienen el lenguaje oral y el escrito, pero además construyeron dos posturas intelectuales bien diferenciadas ante el lenguaje: la lógica y la retórica. Gran parte de la historia del pensamiento occidental viene marcada por esa tensa relación entre la búsqueda de la verdad entre la matriz de relaciones de las palabras (logos) y, por otro lado, la capacidad para generar cambios, merced al poder movilizador, conmovedor, que tiene escoger las palabras adecuadas para un contexto preciso (retor).

Pero no fue hasta el segundo Wittgenstein que comenzaría el abordaje filosóficamente moderno del lenguaje, inaugurando lo que se ha venido a conocer como “el giro lingüístico” de las ciencias sociales. El objeto de estudio dejaría de ser el análisis lógico (relación entre símbolos y sus objetos) para centrarse en el análisis pragmático, contemplando los usos diferentes usos que tiene cada unidad lingüística. Sería Austin el que, al acuñar el concepto “acto de habla” daría el impulso definitivo a este campo de conocimiento: la pragmática del lenguaje o, cómo hacer cosas con palabras.

Un acto de habla sería un tipo de acción que involucra el uso de la lengua natural y está sujeto a cierto número de reglas convencionales generales y/o principios pragmáticos de pertinencia.

Otra forma de decirlo sería que, muchas de las cosas que decimos buscan obtener unos resultados determinados, y para ello seguimos unas costumbres y normas implícitas que aprendemos en nuestro entorno social.

Esta definición ha permitido ir planteando diferentes sistemas de clasificación a lo largo del tiempo, así Strawson distinguía entre actos de habla convencionales (muy ligados a normas de uso, se autoverifican) y actos de habla comunicativos (implican comunicación y modificación de intenciones entre enunciador y oyente).

Bach y Harnish van un poco más allá organizar su clasificación teniendo en cuenta el estado psicológico (ellos lo llaman actitud) del enunciador. Se nos habla así de actos de habla asertivos, directivos, compromisivos, veridictivos, efectivos o reconocimientos, todo ello en función de los resultados que las palabras permitirían obtener, ya sea afirmar hechos, dar permiso a alguien, obligarse a algo, etc...

¿Qué papel ocupa el perdón en todo esto?

Muy frecuentemente a lo largo de la vida nos sentimos ofendidos, heridos por la conducta de alguien. Esto genera automáticamente una asimetría a varios niveles. Para empezar se genera un vínculo emocional entre dos personas: una siente ira o rencor, y la solemos llamar víctima. La otra puede sentir, idealmente, culpa. Lo podemos llamar desde verdugo a agresor. Víctima y agresor están ligados por las consecuencias de la ofensa, en ocasiones durante años.

Este vínculo asimétrico, además, no tiene lugar en el vacío, sino en un contexto social donde otros agentes sopesan estas señales emocionales a la hora de catalogar a las personas. Es por ello que al estatuto de víctima agraviada le reconocemos de forma intuitiva una cierta autoridad sobre la persona que realizó la ofensa, que quedaría señalada como una potencial amenaza para el orden del grupo al que pertenecen. Las víctimas, por contra, suelen suscitar compasión, lo cual tiene el efecto de congregar apoyos, en ocasiones por medio de un cierto trato de favor.

La visión tradicional del acto de habla consistente en afirmar “te perdono”, encuadra este acto de habla dentro de la categoría de los actos directivos: desde la autoridad que confiere ser víctima, es a ella a quien le corresponde decidir si pone fin a la asimetría mediante el acto de la exculpación. El perdón directivo lo que conseguiría es dar permiso a la otra persona para hacer borrón y cuenta nueva. Reanudar la relación desde la neutralidad: “yo te perdono y te libero de la culpa”.

Lo que Manuela nos vino a señalar es lo siguiente: quizás el acto de perdonar sea un híbrido, en el que coexistan un uso directivo (te doy permiso para volver a tratarme como antes) y un uso compromisivo (me comprometo a dejar de sentir rabia por lo que me hiciste).

Este segundo uso no sería banal, porque cuando uno perdona no solo el agresor queda liberado, sino que la víctima puede resultar asimismo beneficiada. El perdón como acto compromisivo, independientemente de la intención o actitud de la otra persona, podría dar pie a una serie de cambios adaptativos a nivel neurofisiológico que tendrían como consecuencia final la extinción de la rabia. 

De lo contrario, dichos patrones funcionales seguirían perpetuando el ciclo del rencor, a través de la activación recursiva de circuitos neurobiológicos orientados a la supervivencia, en los que el miedo y la ira tienen un papel capital en la formación de recuerdos de lo ocurrido, en ocasiones con presencia intrusiva de rumiaciones improductivas y a la larga lesivas para la psicología del individuo.

Según su propuesta, a través de la enunciación explícita del perdón, la persona se compromete a abandonar el papel de víctima, quizás adoptando como elemento motivador la propia esperanza de encontrarse mejor a través de este acto de habla, pero también creándose la necesidad psicológica de mantener la congruencia, reducir la disonancia cognitiva que surgiría si hiciéramos público el acto de perdonar y no nos comportásemos de tal manera.

La interesante hipótesis de Manuela, apuntalada en algunos estudios previos como éste de Clark et al, no estaría exenta de dificultades metodológicas. Por ejemplo, diferentes estudios de neuroimagen (Ricciardi et al 2013, Young & Saxe, 2009) plantean que en ocasiones no sabemos exactamente cómo evocar los sentimientos de rencor y distinguirlos de otros patrones de actividad neural. Sin embargo, este modelo permite iniciar un camino que podría llevar a la conciliación de todo el conocimiento atesorado tras años de acumulación intuitiva con unas bases empíricas que permitan entender, paso a paso qué sucede cuando nos vemos en la necesidad de perdonar.

Ilustración de Sergio Albiac.
El debate que se abrió tras la exposición fue especialmente rico. Uno de los matices que se propusieron al modelo tuvo que ver con el sesgo dicotómico, un punto flaco habitual en el estudio de los problemas humanos, siendo común el reducir los conflictos a dos posturas enfrentadas con roles contrapuestos, la díada, cuando no sólo ambos individuos se identificarían simultáneamente a sí mismas víctimas (con la seguridad de haber sido también de alguna forma verdugo), sino que desde la perspectiva sistémica hace falta incorporar un tercer elemento que nos permita superar la ilusión de la díada y entrar en la observación de dinámicas complejas. No en vano, cuando surge el agravio, resulta que somos culpables y víctimas no solo ante nosotros, sino ante todos los demás, aunque sean internalizados como código moral.

Desde el punto de vista de los clínicos nos sorprendimos al detectar puntos de encuentro nítidos entre el modelo del perdón compromisivo con varias de las herramientas terapéuticas usadas, por ejemplo en el tratamiento de las adicciones. No en vano el ejercicio del perdón (tanto solicitado como concedido) forma parte de los archifamosos “doce pasos” de Alcohólicos Anónimos. También nos preguntamos en qué formato podría resultar más eficaz un acto de habla de estas características: ¿hace falta tener frente a nosotros a la persona que nos agravió?, ¿servirá una carta, como tantas veces hemos recomendado en los casos de duelo complicado?, ¿podrá valer un ritual, al igual que en su momento se sacrificó en comunidad al “chivo expiatorio”?

El enfoque de la terapia cognitiva se presentaría como una de las formas de facilitar el proceso de perdonar. Si conseguimos resignificar el agravio, vincularlo a una red simbólica lo suficientemente diferente para resultar adaptativa, lo suficientemente similar para encajar en nuestro relato de los hechos, entonces la persona ofendida podría comenzar a salir del bucle recursivo del rencor.

Lo mismo sucedería con los fármacos mal llamados antidepresivos, que funcionan más bien como ataráxicos, distanciándonos emocionalmente de las señales de lucha jerárquica, de rivalidad, inscritas en nuestro código de especie eusocial.

"Eternal sunshine of the spotless mind"
También abordamos puntos más complejos de lo humano al reflexionar acerca de las perversiones de los sentimientos de agravio y culpa. ¿Qué ocurre cuando los agresores no desean ser perdonados?, ¿o cuando tratamos conseguir autoridad, de capitalizar apoyos, exhibiendo nuestra condición de víctimas?, ¿y cuando a las víctimas se les unen simbióticamente los justicieros, quizás beneficiándose de que el conflicto jamás se termine de resolver? La serie Westworld o la cinta infaustamente traducida como “Olvídate de mí” nos sirvieron para reflexionar acerca de la importancia de la memoria en los agravios, y del papel que a veces tiene el trauma para constituir nuestra identidad, llegando en ocasiones a prender la chispa de la revolución.

Vislumbramos la capacidad que el perdón como compromiso tenía para devolver la iniciativa, la responsabilidad, a la víctima, empoderándola hacia su nuevo estatuto de superviviente, utilizando esa autoridad que otorga el ser autores de lo que decidimos decir. También nos planteamos la necesidad de trabajar en terapia desde lo emocional, a través de la relación, siendo en ocasiones las palabras una excusa para estar juntos de otra manera.

El recuerdo de los casos más graves, nos planteó una pregunta inquietante: quizás este modelo haga justicia para agravios cotidianos pero, ¿qué ocurre con los traumas complejos, con los duelos complicados, con las heridas inscritas en nuestro cuerpo, que vuelven una y otra vez en forma de los síntomas más diversos?. ¿Hasta dónde llegan las palabras?

Quizás para sanar determinadas heridas haga falta algo que penetre más que las palabras...

¿Tal vez sea la música?


@JCamiloVazquez

domingo, 26 de marzo de 2017

Próxima reunión: "forgiveness", actos de habla y los efectos de perdonar

Manuela Costa, master en filosofía y doctora en neurociencia cognitiva, nos introducirá en una perspectiva diferente del lenguaje al presentar nuestras palabras como actos de habla. Al integrarse dentro de actos intencionales veremos cómo nuestras palabras desbordan su función comunicativa. Se nos mostrará de esta manera el vasto campo de la pragmática, esto es, lo que determinadas estructuras de palabras nos ayudan a conseguir o provocar.

El objetivo de este encuentro es mostrar que el acto de perdonar (forgivenesspuede estar incluido en diferentes categorias de actos del habla y que cada una puede revelar diferentes características de este fenómeno.


Exploraremos además los correlatos neurofisiológicos que acompañan todo el proceso de ofensa, sentimiento de culpa y rencor, la absolución y la posible redención.

Encontraréis más información al respecto aquí.

¡Os esperamos!

¿Dónde?: C/Magallanes Nº1,Sótano 2, Local 4
¿Cuándo?: Lunes 27 de marzo a las 16:30h.